Crónica de un día cualquiera
Instalaron uno de esos tubos enormes por donde vertían los escombros desde la cuarta planta a un contenedor de obras y no cesaban de arrojarlos mañana y tarde.
El toc, toc, de los cascotes retumbando contra las paredes plásticas del tubo era machacon y traía eco. Suponiamos que habían tirado todos los tabiques, cambiado el suelo quebrado tuberias, y que todo, todo iba a morir en aquel tubo. Y así meses.
Parapetados en el ala enorme del ministerio,, en la zona de sombra, los albañiles se pertrecharon e hicieron fuertes. Aquella obra, que consiguieron que les pagaran por peonadas, no acabaría nunca.Desde nuestra atalaya estupefactos, observamos los inexistentes progresos. El interior permanecia inmutable jornada a jornada a pesar del incansable trajín de piedras caidas.
En la tercera planta se disponían las ventanas de los jerifantes, los carguillos politicos incluido el despacho del señor ministro. Allí nunca se veía a nadie.
Una más abajo pernoctaban los oficinistas que vagaban entre las paginas de las ediciones electronicas deportivas, y los foros de cotilleo, según el sexo, esperando a que se aproximara la hora de largarse.
Abajo, si, Abajo bullia todo. la cafeteria era el horno donde iban a parar los ocupantes de los puestos vacios.Allí se mezclaban y confundian jerifantes, funcionarios, conserjes y los obreros del este, salvo el de guardia que quedaba arriba alimentando la maquina infernal del tubo del ruido.
Y querían eliminar el ministerio con la reforma! Con lo util que és al ciudadano!.
Al caer la noche, cuando nadie cubría los puestos de vigilancia, los obreros, ocultos bajo las sombras, vaciaban el contenedor y subían en bolsas a la cuarta planta, de nuevo, los escombros tirados durante el día.
1 comentario:
Algo parecido tienen que hacer ¡No puede haber tantos escombros! Es un caer constante..., y no se ven tantos obreros. Además ¿No tiene fondo el contenedor dichoso?
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