Umbral construye sus libros, algunos, como colección de ensayos cortos, de tres o cuatro páginas, en las que nos describe sus sensaciones ante las cosas, nos retrata personajes o hace referencias a amores extranjeros de antaño, que suena, tal vez por envidia, a fantasmadas, o amores nacionales de caracter prohibido y platónico.
Y dispone sus ensayos así, desordenados, en un homenaje a la entropía, dando la elección al lector de saltarse los que no le interesen, de empezar el libro por donde guste y acabar por donde le de la gana como si fuese una antologia de cuentos escandinavos, con el única cemento de estar emplazados en su espacio cohetaneo, en el baul de sus recuerdos de infancia y adolescencia rebelde, en sus visiones de veterano de mil guerras, en su contemplación lacónica e impotente, de una sociedad castiza que se desploma y desvaloriza si es que alguna vez valores tuvo, lo que el lector duda y el autor descarta.
Aqui Umbral se nos revela viejo, cansado y entregado, y cada ensayo suena a ecos de ultimo legado, como alguien que tiene pie y medio alla, y da pena porque debería haber respeto para los genios, pero no lo hay, y dejas de leer mientras sueltas una lagrima. Para volver mañana, ya más entero, de nuevo a retomarlo
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